↓
Ante el exceso y el sobreestímulo contemporáneo, quedamos expuestos frente a la respuesta automática de nuestro cerebro. Vivimos inertes de nosotros mismos, prefiriendo adecuarnos a lo que el molde social cree que es más conveniente. Físicamente perfectos, moralmente correctos, flamantemente exitosos y al final, apretadamente tensos.
Esa vida que dices que vives, no es tuya. Es producto de tu miedo y de tu hiperanálisis estéril e improductivo. Es resultado del mecanismo instintivo de tu punto ciego emocional. Si no, ¿por qué tiendes a responder de forma idéntica ante los mismos problemas? –que por cierto, se reiteran una y otra vez en tu vida–.
Los humanos repetimos experiencias por inercia y aprendizaje, y aunque nos volvamos expertos analizando el porqué de una situación, a veces nos vemos incapaces de poder cambiarla. En estos casos, la mecánica de nuestra neurología nos gobierna a pesar nuestro. Sería fantástico tener la potestad de escoger cómo queremos sentirnos ante una situación, ¿no?